ESTRATAGEMA

LA ESTRATAGEMA QUE BURLÓ A GOEBBELS
SEFTON DELMER, que actualmente (1971) tiene 57 años de edad, fue uno de los grandes corresponsales de prensa, hoy retirado del periodismo. En 1945, al terminar su misión en la 'radio negra", volvió a su trabajo en el Daily Express, del que fue principal reportero le asuntos (extranjeros durante 14 años. Es asado, padre de una hija y un hijo, y posee una granja en Suffolk (Inglaterra).
La apasionante historia de uno de los ardides más fantásticos de la segunda guerra mundial.
En El otoño de 1940, mientras me encontraba en Lisboa haciendo entrevistas a refugiados de la Alemania nazi, como enviado especial del Daily Express de Londres, recibí un telegrama que había de trasformar el curso de mi vida en los cinco años siguientes.
El despacho decía así: "Recomiéndele regrese lo antes posible. Le espera importante misión. Firmado, Leonard Ingrams".
Pocas semanas después, ya en Londres y habiendo  renunciado a mi puesto en el periódico, Ingrams, uno de los jefes principales de la red de espionaje británica, conocida como Sección Ejecutiva de Operaciones Especiales, me habló del encargo que me daban en una guerra secreta de ingenios.
¿Le gustaría dirigir una radio clandestina de liberación en Alemania? me preguntó.
¿De qué se trata? —repuse.
Entonces Ingrams me fue explicando que una nueva unidad de radio trasmitiría desde Inglaterra mediante un sistema especial de onda corta, pero simulando estar situada en la Alemania de Hitler.
Por supuesto, sería una radio extraoficial, ya que la BBC, dirigida por el Gobierno, era la responsable de las trasmisiones oficiales de la propaganda inglesa, Usted ejercerá el mando absoluto, tanto político como editorial —me dijo—, y buscaremos alemanes de confianza para que trabajen con usted. No se le impondrán cortapisas ni restricciones. Esta será una gran oportunidad para que demuestre su ingenio.
—Me parece magnífico —respondí entusiasmado.
En realidad, me sentía feliz. Se trataba de una comisión para la que toda mi vida había sido una preparación ideal. Nací en Berlín, donde mi padre, australiano de nacimiento, era profesor de inglés, y yo hablaba el alemán como los propios alemanes. Asimismo, durante los cinco años (1928 a 1933) que estuve en Berlín como corresponsal  de mi periódico, pude conocer a todos los dirigentes nazis, incluido Hitler, Además, como corresponsal en Lisboa había conversado últimamente con buen número de judíos refugiados, los cuales no sólo me informaron de los nombres y manías de los jefes y funcionarios de segunda nazis a quienes habían tratado, sino que también me proporcionaron gran cantidad de noticias acerca de la vida en la Alemania actual, las frases y palabras entonces en boga,
Así como las nuevas expresiones nacidas de la guerra, todo lo cual me iba a ser de gran utilidad en mi nuevo puesto. Días después me instalé en una pequeña y austera oficina provisional, situada en un discreto edificio cerca de Berkeley Square, y allí me dediqué a buscar nuevas formas de propaganda. Cuando me volví a reunir con Ingrams, le expuse mis planes para esta nueva "radio negra", apropiadamente llamada así por analogía con el "mercado negro", ya que se trataría de hacer llegar al público alemán "bienes de contrabando" (en este caso, sutil propaganda antinazi), mediante el engaño y la astucia.
Hasta entonces los programas de propaganda emitidos en alemán por la BBC y por otras dos radiodifusoras de liberación, habían utilizado con franqueza argumentos tales como invitar a los alemanes a que se rebelaran contra Hitler, denunciar la guerra y celebrar la fuerza de los Aliados. En mi opinión, le dije a Ingrams, los alemanes sólo reaccionarían ante esos argumentos cuando se dieran cuenta de que habían perdido la guerra. Pero en aquellos momentos nuestra nueva emisora de radio podría debilitar a Hitler de manera más eficaz fingiendo estar de su parte, en vez "de oponerse a su política.
"Si tomamos los argumentos de Hitler y los volvemos contra él", le dije, "tal vez podamos engañar incluso a sus partidarios más leales, hasta el punto de que abracen ideas y acometan acciones contrarias a él.
Si la BBC dice: Ustedes los alemanes, nosotros diremos: Nosotros los alemanes, pero entre nuestros patrióticos lugares comunes y nuestras ardientes protestas de amor al Führer y a la Patria, introduciremos toda clase de sutiles rumores subversivos y de inquietantes informaciones".
A Ingrams le atrajo en verdad mi idea. Sin embargo, ninguno de los dos habría profetizado entonces que aquella seudo-patriótica "radio negra" llegaría a ser una nueva y poderosa arma en la guerra sicológica.
Y tampoco previmos que muy pronto me encontraría dirigiendo una gran red de emisoras de "radio negra", las cuales sembrarían la confusión y la desunión tanto entre el pueblo alemán como entre sus fuerzas armadas y a la larga acabarían inutilizando la misma red de radiodifusión del Dr. Goebbels.
"Aquí está Gustav Siegfried Eins"
A las 2:30 en punto de la tarde el día 23 de mayo de 1941, un automóvil negro se detuvo delante de una discreta casa de ladrillos rojos situada en la aldea inglesa de Aspley Guise. Era el nuevo y secreto emplazamiento que nos habían asignado a mí y a mis hombres, y aquel día mi primer colaborador y yo esperábamos que nos recogieran para ser conducidos a uno de los estudios de grabación del Servicio Secreto, donde se efectuaría la primera trasmisión de una nueva y misteriosa emisora de onda corta, cuya llamada especial sería: "Gustav Siegfried Eins".
Mi compañero era Paul Sanders, berlinés de origen y autor de novelas de aventuras, que había abandonado la Alemania de Hitler en 1938 para vivir en Inglaterra. Hasta hacía pocas semanas había estado arriesgando su vida diariamente en Londres como miembro de un grupo er Cargado de inutilizar las bombas arrojadas por el enemigo, y aún vestía el uniforme de cabo de cierto cuerpo especial del Ejército inglés.
Sin embargo, dentro de pocas horas, el cabo Sanders sería presentado a los radioescuchas germanos (es decir a los pocos que por casualidad sintonizaran en ese momento nuestra emisora) en el papel que representaría, y  con gran fuerza, durante los meses venideros: el de un antiguo e inflexible oficial prusiano al que se conocería con el enigmático nombre de "Der Chef" (el Jefe). (Yo mismo escogí ese nombre con cierta ironía especial, pues se trataba del título que yo había oído que le daban a Hitler sus colaboradores más próximos.) Der Chef, sin embargo, no se dirigiría abiertamente a los radioescuchas, sino que daría la impresión de estar trasmitiendo instrucciones en clave y breves arengas para estimular a alguna especie de organismo militar secreto. De esta manera, los alemanes, pensando que escuchaban subrepticiamente algo que no les concernía, estarían más dispuestos a aceptarlo como auténtico.
En los estudios, el cabo Sanders, sentado ante un micrófono, repetía en resonante alemán: "Aquí Gustav Siegfried Eins. Aqui Gustav Siegfried Eins. Llamando a Gustav Siegfried 18". Habíamos decidido dar por clave a nuestra  nueva emisora la señal Gustav Siegfried Eins y dejar a nuestros radioescuchas que interpretaran lo que significaban estas iniciales cabalísticas GS1.
No tardaríamos en oír las teorías más sorprendentes al respecto, procedentes de Alemania y de otros países. Nuestro locutor continuaba emitiendo un despacho cifrado acerca de un encuentro entre dos agentes "durante la función de las 5 en el Teatro Unión". (Se trataba de una cifra fácil de resolver, y me divertía imaginar a los esbirros de la Gestapo asistiendo a los varios centenares de Teatros Unión que había diseminados por toda Alemania, buscando a nuestros dos agentes, por si acaso el mensaje era auténtico.)
.Después de esto, Sanders se dedicaba a responder a las preguntas suscitadas por su "despacho anterior".
(Naturalmente, no había habido ninguna trasmisión previa, pero pensé que era una buena idea fingir que se habían hecho ya varias, pues de este modo plantearíamos problemas a los censores del Servicio de Seguridad alemán, quienes serían acusados de ineptos por no haberla captado.)
A continuación Der Chef daba a conocer sus puntos de vista, cáusticos y maliciosamente francos, acerca de los últimos acontecimientos bélicos. Estos comentarios, convenientemente adornados con amplia información confidencial (para la cual me fueron muy útiles mis entrevistas en Lisboa), le mostraban como adicto al Führer, pero al mismo tiempo venenosamente desdeñoso de la "gentuza" que se había apoderado del gobierno de Alemania en nombre de Hitler.
Sus opiniones más feroces hacían referencia al reciente y frustrado vuelo de Rudolf Hess, lugarteniente del Führer, desde Alemania a Escocia. Der Chef negaba enfáticamente los rumores de que Hitler había autorizado "el vuelo de paz" de Hess. Declaró que Hess, "como el resto de esa camarilla de chiflados, megalómanos, usurpadores del poder y bolcheviques de café que pretenden ser nuestros líderes", no tenía valor suficiente para salvar una crisis. "Tan pronto como ha vislumbrado el aspecto desfavorable de venideros acontecimientos, toma consigo una bandera blanca y vuela a ponernos a todos a merced de ese viejo bastardo, ese judío borracho de pies planos llamado Churchill".
Después de profetizar siniestramente que los malditos ingleses le sacarían a Hess "los secretos más importantes del Tercer Reich", Der Chef concluía su trasmisión con un simple; "Esto es todo por el momento. Si todo va bien, repetiré cada hora esta emisión, siete minutos antes de la hora en punto".
Al escuchar la grabación que hicimos de aquel discurso para trasmitirlo de nuevo esa misma noche, lo que más me satisfizo fue la parte en que se insultaba a Churchill.
Con una sola frase que, por otro lado, no le sacaría sangre a nadie, nuestra emisora demostraba ser auténticamente alemana. Yo estaba totalmente convencido de que ningún radioescucha alemán sospecharía que los propagandistas ingleses se atrevieran a emplear un lenguaje tan ofensivo contra su admirado Primer Ministro.
La organización
Aquella primera trasmisión y esa primera difusora de nuestra "radio negra" constituyeron el modelo de las campañas de igual índole que siguieron, cada vez con mayor audacia. La Gestapo, con sus instrumentos radiodetectores, pudo determinar en seguida que nuestras emisiones provenían de Inglaterra, y hasta el mismo Goebbels se convirtió en uno de nuestros más atentos radioescuchas, pero el alemán corriente, que buscaba entre todas las ondas de radio alguna emisora "auténtica" aceptaba como verdadera a "Gustav Siegfried Eins".
Poco a poco fui organizando mi equipo con especialistas del servicio de espionaje inglés y con alemanes antinazis (antiguos actores, periodistas, políticos, que, como el cabo Sanders, se habían refugiado en Inglaterra desde antes de comenzar la guerra). Al mismo tiempo fui reuniendo con la información que acumulábamos, un amplio fichero.
Al preparar los guiones para las trasmisiones nocturnas de Der Chef, inventábamos episodios a diestro y siniestro, y para darles un sello de autenticidad devorábamos revistas y periódicos alemanes, leyendo desde los anuncios más insignificantes hasta las notificaciones de nacimientos, bodas y defunciones. Si se necesitaba el nombre de un maquinista de Casel o el de una tienda de comestibles del barrio berlinés de Hansa, nuestros archivos podían proporcionarlos.
Nunca atacábamos a los peces gordos por su nombre: individuos como Goering, Goebbels o Himmler. Nuestros relatos estaban poblados de burgomaestres, jefes de distrito y funcionarios locales del partido nazi, de cuyas vidas mostraba Der Chef un asombroso conocimiento íntimo. Por ejemplo, en una de nuestras emisiones, Der Chef acusó a las esposas de los funcionarios del partido en la zona de Schleswig-Holstein de haber corrido a las tiendas (se dieron también los nombres de estas) a comprar toda la ropa que les permitían  sus cupones. ¿Por qué? Porque los traidores maridos les habían comunicado que la provisión de ropa de la Patria se estaba agotando. Seis semanas más tarde obtuve la prueba evidente de que nos escuchaban, cuando leí en un periódico de Kiel la noticia de que habían vaciado las tiendas de ropa. Esto era lo que Leonard Ingrams llamaba "propaganda funcional", consistente en atribuir acciones viles a personajes del nazismo, con la esperanza de que los radioescuchas siguieran su ejemplo.
Otra fuente importante de información para Gustav Siegfried (y para nuestras subsiguientes emisoras disfrazadas), fue nuestro campamento de prisioneros de, guerra alemanes. Ignorantes de que en las paredes de las celdas e incluso en los árboles del jardín había micrófonos ocultos, los prisioneros alemanes hablaban y murmuraban libremente entre sí, y revelaban de este modo sus principales resentimientos contra las tropas nazis. También aprendimos de ellos los vulgarismos militares más recientes, lo cual permitía a Der Chef estar al día en cuanto a la jerga de los soldados. Lo que más placer, me causaba era oír a un prisionero recién llegado contar a sus compañeros uno de los casos que nosotros mismos habíamos inventado, sin mencionar a Gustav Siegfried como fuente de su información.
Las "restituciones", como llamábamos a las pequeñas pruebas que recibíamos, directa o indirectamente, de que se escuchaba nuestra emisora, pronto vinieron a demostrarnos que Der Chef se había ganado ya un numeroso auditorio en Alemania. Los informes de nuestro Servicio Secreto indicaban que se habían divulgado una serie de teorías acerca de la identidad de Der Chef y de la situación de su emisora. Una de estas teorías, mencionada años más tarde en las memorias del intérprete del Ministerio de Asuntos Exteriores de Hitler, afirmaba que Der Chef trasmitía desde una barcaza amarrada en el río Spree; según otra, iba continuamente de escondite en escondite, a través de la Europa ocupada por Hitler.
La enorme eficacia de Der Chef nos puso en una ocasión en un inminente peligro (siempre .estrechamente ligado a estas operaciones "negras"): el riesgo de engañar a los nuestros. En ciertos informes enviados desde  Berlín a la Secretaría de Estado norteamericana comunicaban a Washington que los alemanes escuchaban .a un tal Der Chef, anónimo oficial del Ejército alemán que atacaba violentamente a ciertos sectores del partido nazi.
Por ningún motivo nos convenía a los ingleses que los norteamericanos, todavía neutrales, movidos por la idea de que existía verdadera desunión, dentro de Alemania, se abstuvieran  aún de entrar en la guerra, pensando que en breve plazo "Hitler .y su partido serían derrocados por su propio Ejército.. Por tanto, decidimos revelar nuestro secreto al presidente Roosevelt únicamente. Cuando el residente lo supo, rompió  a reír al pensar que sus propios representantes .en Berlín habían caído en aquella trampa.
Y más adelante, cuando los Estados Unidos entraron en la contienda, siempre hubo una estrecha y provechosa colaboración entre nuestro equipo y la Oficina de Servicios Estratégicos norteamericana.
Con todo, tuvimos la prueba más evidente de .nuestro éxito hacia finales de 1942, cuando el Almirantazgo Británico, en busca de algún medio para minar la moral de la Marina alemana y en particular de la tripulación de sus submarinos, nos presentó un proyecto de mucho mayor alcance que el Gustav Siegfried, un proyecto para el cual nuestra "radio negra" venía como anillo al dedo.
Atlantiksender, el amigo del marino
 Para regalo de los soldados destacados en las naciones ocupadas, desde hacía algún tiempo los mismos alemanes venían trasmitiendo programas con música, noticias y saludos familiares. Estos programas, destinados a levantar la moral de, los combatientes, formaban parte de las emisiones hechas, desde  Belgrado, Lvov .y otros lugares por las mismas fuerzas armadas. Tales estaciones representaban una tentadora invitación para nuestra "radio negra", así que cuando Donald McLachlan, antiguo profesor, metódico e imaginativo, y 'entonces oficial de la Armada y nuestro contacto con el Servicio Secreto Naval, me habló de que el Almirantazgo solicitaba nuestra ayuda para intensificar su propia guerra sicológica, comprendí que aquella era una magnífica oportunidad para montar nuestra falsa versión de una emisora militar alemana. "Si nos dan las facilidades que necesitamos para difundir programas, vivos", dije, "estoy con ustedes en cuerpo y alma".
Nos concedieron, todo lo que pedíamos y aun más. A comienzos de 1943 mi equipo y yo entramos en posesión de un nuevo estudio situado en Milton Bryan, cerca de Woburn Abbey, en . Bedforshire. (Desde entonces, siempre que nos referíamos a nuestro cuartel general lo hacíamos bajo las siglas "MB".) Visto por fuera, nuestro sencillo edificio de dos pisos, rodeado de dos hectáreas de césped, no se distinguía de las fábricas que se construían por aquel entonces. Pero una alambrada de tres metros y medio de alto, coronada por amenazadoras púas., nos separaba del exterior, y una patrulla especial custodiaba día y noche MB. La "radio negra", gracias al Almirantazgo, había cobrado verdadera importancia.
Para lanzar el Atlantiksender, como bautizamos a nuestra nueva estación "naval", necesitamos también nuevos ''elementos. Entre los refugiados alemanes que entraron entonces a formar parte de nuestro  equipo se encontraban un ex comerciante berlinés en objetos de arte y un ex diplomático austríaco, que se convirtieron pronto en .expertos redactores de noticias. También estaba con nosotros la hija de un dramaturgo y propietario de un teatro de Berlín, a la cual convertimos en "Vicky", la "novia del marinero".
A través del Atlantiksender, Vicky enviaba felicitaciones de cumpleaños a sus "queridos muchachos de azul", les daba la enhorabuena por el nacimiento de un niño, y discutía con ellos los problemas de esposas y familias, noticias que recopilábamos de los periódicos de los .respectivos pueblos natales y de las cartas que nuestros prisioneros alemanes recibían o enviaban. Vicky hacía extraordinariamente su papel, y nadie que escuchara la dulzura de su voz hubiera sospechado que la mitad de su familia había perecido en las cámaras de gas de Auschwitz.
También reclutamos un equipo de los mejores radiotécnicos ingleses para que manejasen los modernos instrumentos con que contábamos en MB; un grupo de universitarias británicas graduadas para que se ocupasen de nuestros incipientes archivos de espionaje, y por último, contratamos a C. E. Stevens ("Thomas Brown"), catedrático en historia antigua de la Universidad de Oxford, quien como codirector de nuestro cuerpo de espionaje, era una verdadera enciclopedia andante. (Sin embargo, hizo su histórica aportación a la guerra sicológica antes de que se uniera a mi equipo. Una mañana, en una reunión de la Comisión de la V, pequeño grupo de propagandistas que planeaban la campaña "V de Victoria" para los servicios europeos de la BBQ Stevens, descuidadamente y sin quitarse su horrorosa pipa de la boca, dijo: "¿Han pensado alguna vez en la letra V como se representa en el sistema Morse: punto-punto-punto-raya? Da la casualidad. que se ajusta perfectamente a las notas iniciales de la Quinta Sinfonía de Beethoven Puede ser una idea".)
Pero la fuente más importante de donde surgieron los miembros para nuestras crecientes actividades era el mismo Ejército alemán. Entre las constantes oleadas de prisioneros que llegaban a nuestros campamentos, había gran número de ellos tan hostiles a Hitler que se mostraban ansiosos de precipitar su caída. Entre ellos encontré mis colaboradores más aptos y los amigos más merecedores de mi confianza.
Cualquier soldado alemán que, durante la guerra, haya escuchado el Soldatensender Calais, nuestra poderosa estación de onda media (que apareció pocos meses más tarde y que ofrecía a los soldados y aviadores alemanes los mismos "servicios" que el Atlantiksender  proporcionaba a los marinos), recordará las iracundas diatribas que un bávaro de voz áspera lanzaba contra sus "compañeros y oficiales de la Luftwaffe", denunciando las imposibles condiciones en que se les obligaba a luchar contra el enemigo.
Esa voz pertenecía a nuestro sargento Sepp Obermeyer, que era uno de tres verdaderos pilotos alemanes que, hartos de los nazis, cruzaron valientemente el campo de radar y las defensas antiaéreas británicas con uno de los más modernos aviones Messerchmitt para ataques nocturnos, y consiguieron aterrizar- con el aparato intacto, como regalo a la RAF, en una pista de Essex. Pelirrojo, con la fuerte constitución física de los nativos de la Alta Baviera y con un rostro que hacía juego con su voz, Obermeyer no tardó en hallar lugar en nuestro equipo. Él mismo escribía sus charlas, sabrosas, desbordantes de chismes, de noticias de aeronáutica y de reproches.
Otro de los más fieles era Eddy Mander, de Hamburgo, que había sido radiotelegrafista antes de que su submarino fuera echado a pique, y que al ser capturado trajo consigo el libro de claves utilizado en los sumergibles alemanes. Eddy, que odiaba con todas sus fuerzas a la Marina nazi, era un maestro en la jerga de la marinería y rico en relaciones entre los tripulantes de los submarinos.
Su fuerte era inventar nuevos motivos de queja, y cuando se trataba de enseñar a los tripulantes de los submarinos cómo retrasar la salida de sus naves y prolongar así la propia vida mediante insignificantes actos de sabotaje, ni siquiera nuestros propios peritos navales eran tan ingeniosos.
La música formaba parte integral de nuestras emisiones. Para señalar que las medidas de seguridad de cierto submarino alemán eran inadecuadas, solíamos radiar determinada melodía, "a petición" de uno de sus tripulantes, cuando nos comunicaba el Almirantazgo que era probable que esa nave hubiera zarpado. El radiotelegrafista de un sumergible me contó, después de ser capturado, del temor que aquella jugarreta había infundido en su tripulación. Algunos de los discos que utilizábamos eran de piezas alemanas muy populares, que nos enviaban desde Estocolmo. Los Servicios de Estrategia de los Estados Unidos nos proveían de las ultimas melodías norteamericanas e incluso contrataban a artistas de habla germana, como Marlene Dietrich, para hacer grabaciones especiales.
Pero muchos de nuestros discos estaban grabados especialmente para nosotros en MB por una banda alemana de música que había sido hecha prisionera durante una gira por el norte de África y enviada a Inglaterra, Ahora continuaba así su generosa labor de divertir al Ejército de Hitler, aunque esta vez por la fingida Soldatensender Calais inglesa.
Documentación, basura, documentación
Las noticias del día eran el objeto principal de nuestra atención en las emisiones del Atlantiksender y Soldatensender Calais, ya que, desde nuestro punto de vista, las noticias, cuidadosamente seleccionadas y presentadas hábilmente, constituían nuestra más formidable arma de propaganda subversiva. Los refugiados, prisioneros de guerra y el resto de los que formaban nuestro equipo, habían llegado a integrar un cuerpo de colaboradores esmerados y laboriosos, poseídos de ardiente esprit de corps y de un orgullo ciertamente germánico por su trabajo. Se revisaba escrupulosamente el detalle más nimio. "Ante todo, precisión", solía decirles yo a los escritores. "No debemos mentir jamás por error o por descuido, sino tan sólo en forma deliberada".  Y efectivamente, nunca fue tan extrema nuestra precisión como cuando informábamos acerca de lo que, tanto nosotros como las emisoras oficiales alemanas, llamábamos "ataques aéreos de terror", lanzados por los bombarderos de los aliados.
Minutos después de haber vuelto de alguna de sus incursiones sobre Alemania, un oficial del servicio de espionaje de la escuadrilla me llamaba a MB por el teléfono de urgencia para comunicarme los resultados de la operación, que difundíamos inmediatamente por nuestro noticiario. Lo que causaba mayor impresión, a nuestros radioescuchas alemanes eran nuestras detalladas listas de los daños causados por las bombas, daños que indicábamos calle por calle. Estas listas se convirtieron en parte esencial de nuestras emisiones. Las hacíamos valiéndonos de las fotografías tomadas por nuestros aviones de reconocimiento, reveladas a toda velocidad, y enviadas a MB por mensajero especial tan pronto como estaban impresas. Un colaborador de nuestro equipo, joven estudiante alemán becado en la Universidad de Oxford y que había sido especialmente adiestrado por la RAF para trabajar con nosotros, analizaba estas fotografías, con ayuda de aparatos estereoscópicos y de un archivo completo de planos y guías de ciudades alemanas.
Para ayudar a nuestros radioescuchas, tanto soldados como marinos, a que visitaran a sus familias y a que vieran con sus propios ojos lo que estaba pasando (después de todo, el servir es una de las mejores maneras de ganar amigos y de influir en las personas) les recordábamos que si les habían bombardeado su casa, tenían derecho a lo que se llamaba "licencia compasiva", según la orden 967/42g del Alto Mando del Ejército (orden que habíamos hallado entre algunos documentos tomados a los alemanes).
Una vez que se encontraban de permiso en su casa, y por si acaso alguno de nuestros radioescuchas pensaba en desertar, lo animábamos a ello, no con incitaciones directas, sino por medio de repetidas insinuaciones, contenidas en notas informativas abultadas cuidadosamente (verdaderas algunas, otras falsas, pero todas verosímiles), en el sentido de que el caos originado por los bombardeos había impedido la vigilancia de la policía. "Las autoridades", afirmábamos una y otra vez, "no saben quién falta por haber muerto y quién por haber desertado".
Al programar las noticias que debían aparecer en nuestras emisiones, seguíamos aproximadamente este orden: "Documentación, basura, documentación, documentación, basura, documentación". Por "basura" entendíamos las noticias falsas o tergiversadas que insertábamos entre las auténticas, o sea las que constituían "documentación". Y no deja de resultar irónico y sorprendente que la misma agencia oficial de noticias del Dr. Goebbels, la DNB (Deutsche Nachrichtenburo, ú Oficina Alemana de Prensa), fuese la que nos proporcionaba la mayoría de las crónicas "documentadas" que utilizábamos en nuestras emisiones de Atlantiksender y Soldatensender Calais. Para que las noticias de la DNB se distribuyeran rápidamente en todos los países ocupados por Hitler, Goebbels había instalado un servicio de teletipos. Yo logré hacerme de uno de los aparatos receptores de aquel servicio, pues al estallar la guerra el corresponsal de la DNB en Londres huyó a Alemania tan atropelladamente que no tuvo tiempo de llevárselo consigo. Ya en posesión de este teletipo, empezamos a recibir las noticias enviadas por Goebbels al mismo tiempo que llegaban a las publicaciones y emisoras nazis.
Y además, como trabajábamos más aprisa y con menos inhibiciones que los colaboradores de Goebbels, no nos era difícil lanzar sus noticias mucho antes que ellos. Utilizábamos muchas de las noticias de la DNB tal como las recibíamos: las que hablaban de ascensos y con decoraciones otorgados a miembros del Ejército, los comunicados oficiales y las arengas de los oradores del partido nazi, anuncios de las películas que se exhibían en Alemania y valiosas noticias deportivas.
Pero a muchas cosas les dábamos un giro subversivo. Por ejemplo, cuando Goebbels, como aliciente para que regresaran los obreros ausentes, anunció que se distribuiría un suministro especial de chocolate en los comedores de las fábricas, nosotros añadimos con gran candidez que ese chocolate contenía medicinas para estimular a los trabajadores, ya fatigados por los repetidos bombardeos, y hacerlos producir más de lo normal. En los casos en que se retiraba a las familias de ciudades tales como Hamburgo, nosotros informábamos que habían felicitado a los oficiales médicos por "la abnegación con que estaban combatiendo la epidemia de difteria aparecida entre los niños que estaban bajo su custodia".
Sin embargo, el servicio de noticias de la DNB no fue el único favor que hubimos de agradecer a Goebbels, sino también, a veces, su presencia misma en la Atlantiksender o en la Soldatensender Calais, así como la del propio Hitler.
Y ello porque, cuando Goebbels o Hitler pronunciaban uno de sus discursos por la radio alemana, nosotros lo captábamos y lo trasmitíamos directamente por nuestras emisoras.
En esas ocasiones nuestro locutor decía: "Al igual que todas las radiodifusoras del Reich, nos trasladamos al Palacio de los Deportes de Berlín para que puedan ustedes escuchar las palabras del Führer ..."
Y era entonces cuando Harold Robín, el ingenioso y brillante jefe de nuestra unidad técnica, hacía la conexión necesaria y a continuación del programa de Sepp Obermeyer o el de Vicky, se oía la voz del mismo Hitler, lo cual producía gran hilaridad entre todo nuestro personal. Era un truco excelente que jamás perdió interés.
Muchos de los colaboradores de mi equipo me suplicaban que los dejase interrumpir a Goebbels o al Führer con algún brusco comentario al margen, lo cual se hubiese podido hacer fácilmente con Des conectar y volver a conectar la trasmisión, pero me mantuve firme.
"Cada operación a su tiempo, amigos", contestaba yo, "esto que hacemos ahora es con carácter de documentación. Documentación nada más. ¡Nada de basura esta vez!" Por supuesto, no ignorábamos que, a pesar de nuestra "documentación", la mayor parte de nuestros oyentes alemanes pronto caía en la cuenta de que la Atlantiksender y la Soldatensender Calais no eran emisoras oficiales de las fuerzas armadas. Sin embargo, era asombroso el número de los que creían firmemente en su veracidad. No tardamos mucho en tener prueba indiscutible de esto, cuando un prisionero nos contó que un sargento del Ejército alemán destacado en Túnez había sintonizado la Atlantiksender durante varios días en las tiendas de recreo de la tropa, porque, decía., "la música era estupenda". Sólo se dio cuenta de que había estado divirtiendo a sus camaradas con una radio enemiga prohibida cuando un oficial lo amonestó severamente.
Pero incluso después de que se descubrió nuestra identidad, nuestras emisiones siguieron siendo de gran efecto. Mis amigos de los campamentos donde se interrogaba a los prisioneros alemanes, me contaban: "Los prisioneros recién llegados se muestran tan impresionados con sus emisiones, en las que se ve que están ustedes al tanto de todo lo referente a sus unidades, a ellos mismos y sus familias, que dicen: "—De todas formas, los ingleses lo saben todo. Así que lo mejor es decirles todo.
"Antes que usted comenzara sus emisiones, tardábamos semanas en hacerlos llegar a esa conclusión".
Asalto a los países satélites
Al acelerarse el ritmo de la guerra, la "radio negra" debió extender sus actividades. Mientras nuestras falsas emisoras "del Ejército alemán" se dedicaban a la tarea de "ablandar" a las tropas destacadas en Francia con vistas a la próxima invasión (mantenida aún en secreto, naturalmente)  nos empezamos a extender en otras direcciones.
Para minar la eficacia de la industria alemana, organizamos una "radio obrera", la cual simulamos que emitía desde algún punto del interior de Alemania. Siguiendo el plan trazado por los días de la Gustav Siegfried, esta emisora parecía estar dirigida por ingenieros electrónicos antinazis que trabajaban en alguna empresa industrial importante, tal como Siemens, donde construían radiotransmisores, y que utilizaban esos trasmisores para efectuar emisiones secretas con el pretexto de probarlos. Nuestros locutores ofrecían detalladas instrucciones para sabotear las fábricas, técnicas para atrasar la producción y métodos de eludir el trabajo. Hasta llegaron a dictar frases subversivas para que fueran escritas en las paredes, de los sanitarios. Yo mismo tuve la oportunidad de ver una de esas frases en la pared de una fábrica en ruinas, en Essen, donde estuve poco después de su ocupación en 1945.
Pero ya no sólo nos ocupábamos de los alemanes. También se nos pidió que lanzásemos un asalto de la "radio negra" sobre los países satélites del Reich. Nuevos equipos de espionaje, editorialistas, locutores y secretarias, procedentes de Italia, Hungría, Bulgaria e incluso Rumania, se instalaron en los barracones que con este propósito se edificaron a toda prisa en los terrenos de MB. Nuestra cafetería se convirtió en una especie de torre de Babel, y bellas cíngaras de 'ojos' negros llegadas de los Balcanes coqueteaban con mis rubios prisioneros alemanes.
Como el régimen de Mussolini estaba ya tambaleándose, empezamos por los italianos,, con una operación destinada a provocar la capitulación de la Marina italiana. Trabajando en estrecha colaboración con el Almirantazgo, el cual nos indicaba lo que habíamos de decir, simulábamos ser una radio de la "resistencia italiana" que trasmitía desde la cabina de un buque italiano en la base de Liorna (Livorno en italiano).
Noche tras noche, "Radio Livorno" se dirigía a los barcos italianos de La Spezia, Genova y demás puertos del norte de Italia y mediante elocuentes invectivas anti-alemanas, nuestro locutor, oficial maltes del Ejército inglés, ponía en guardia a sus compañeros de la Marina italiana contra los intentos alemanes de apoderarse de sus buques. Cuando se acercaba el momento de entrar en acción, nuestro locutor informó claramente que "Livorno" estaba negociando con los aliados para "liberar" de los alemanes a la Marina italiana. Al llegar por fin el gran día, el 10 de septiembre de 1943, "Radio Livorno" dio la orden de zarpar, y todas las naves italianas levaron anclas obedientemente y pusieron rumbo a Malta, lugar donde habían sido citadas por la misma "Livorno". Allí se rindieron al almirante Cunningham y al general Eisenhower. Toda la operación salió tan bien y tuvo tanto éxito que apenas podíamos creerlo.
En las emisiones dirigidas a los Balcanes no tuvimos límite. Una de nuestras operaciones, tenía por fin sabotear la provisión de petróleo rumano a Alemania. Con la divisa:
"Conserven el petróleo bajo tierra; no permitan que los alemanes arruinen la principal fuente de ingresos de Rumania", trasmitíamos semana tras semana un curso de sencillas lecciones para sabotear los pozos de petróleo. Me preparó este curso un ingeniero inglés que había trabajado en la industria petrolera rumana, y el quid de la lección era: "Si ven una válvula o una llave en los campos de petróleo, bastará con que le den una vuelta al pasar".
Otra de nuestras operaciones en los Balcanes fue la que emprendimos en Bulgaria. Aunque parezca increíble, nuestro equipo búlgaro estableció una emisora que debía simular ser una estación del movimiento de liberación búlgaro dirigida por los alemanes. Era como si una radio libre de Goebbels, fingiendo ser inglesa, trasmitiera' en inglés: "Nosotros los ingleses debemos ayudar al Führer a liberar a nuestro país . . ." Para que esto fuera convincente, buscamos entre los refugiados alemanes en Inglaterra dos que hablasen búlgaro con marcado acento alemán. Los encontramos, y eran extraordinarios en su labor, y muy divertidos para aquellos que hablaban el búlgaro. Esta falsificación contribuyó grandemente a ridiculizar a los alemanes destacados en Sofía.
Todos los consideraban culpables de un engaño insultante y torpe. Porque como solía yo decir a mi equipo, la más simple y más eficaz en todas las operaciones, "negras", consistía en escupir en la sopa de cualquiera y en seguida gritar: Heil Hitler!
Una victoria para Soldatensender
El golpe que dimos el día "D" constituyó un pequeño éxito en todos los periódicos neutrales, desde Estambul a Estocolmo. Según informaban estos, ¡las primeras noticias acerca del desembarco de las tropas aliadas en Normandía fueron divulgadas por Soldatensender Calais¡.  A las 4:50 de la mañana, del día 6 de junio de 1944, un locutor de Soldatensender Calais interrumpió el programa de música bailable que se trasmitía entonces para informar brevemente que la invasión había comenzado. La información era tan gráfica, que los radio censores suecos que captaron la trasmisión, pensaron que la emisora misma debía encontrarse en la zona invadida o muy cerca de ella.
Sin embargo, el mérito de haber sido los primeros en lanzar la noticia de la invasión no nos correspondía en absoluto a nosotros, sino a nuestro rival el Dr. Goebbels y a la DNB, su infatigable agencia de noticias. Donald McLachlan era,
junto conmigo, el único miembro del equipo de MB que estaba en el secreto del día "D". El lunes 5 de junio, Donald se había pasado casi todo el tiempo en el SHAEF, o cuartel general de las Fuerzas Aliadas Expedicionarias. Poco después de las 7 de la tarde, entró en mi oficina y, arrojando su gorra sobre mi escritorio, me anunció:
¡Está en marcha! Ike ha decidido poner su plan en ejecución, ¿Estás seguro de que no cambiará de idea y desistirá una vez más? —le pregunté sin entusiasmo (porque eso era lo que había sucedido apenas 24 horas antes), y añadí: Hace un tiempo endemoniado.  Esta vez me contestó Donald va de veras.
En vista de eso decidimos seguir adelante con nuestro plan de preparar informes basados en los conocimientos y previsiones de Mc-Lachlan acerca de la invasión, y luego esperar a que la DNB nos diera la señal para lanzarlos al aire.
La parte más difícil fue hacer que Hans Gutmann, el principal entre mis redactores de noticias, volviera al MB a medianoche, sin que nadie, ni siquiera él, sospechase que se tramaba algo. Decidimos invitarlo a cenar. Después (eran ya las 12 de la noche) me ofrecí a llevarlo a su casa, y él aceptó. Pero antes tengo que pasarme un momento por el MB, le dije,Necesito revisar una o dos crónicas. ¿Puedo ayudarle? me preguntó Hans, tal como yo esperaba. Yo los acompañaré dijo Donald.  Y nos dirigimos al MB.
Quiero dejar un guión en reserva expliqué a Hans al entrar en la oficina por si se llevara a cabo la invasión. Se trata de un simple modelo, naturalmente, pero nunca se sabe cuándo puede sernos Útil.
Observé que una sonrisa comenzaba a dibujarse en sus labios. Un simple modelo que guardar en reserva para cuando llegue el gran día, ¿eh?  comentó en alemán. Y usted quiere que lo escribamos ahora mismo, a la una de la madrugada. Ya entiendo. Y así fue como nos adelantamos a lo que hubiera sido la gran noticia del Dr. Goebbels. Porque cuando el anuncio de la DNB llegó a través de la cinta del teletipo, nosotros ya estábamos preparados, gracias a la ayuda de Gutmann y Donald. Nuestro locutor anunció: "El enemigo está desembarcando tropas por aire y por mar. La Muralla del Atlántico ha sido rota en diferentes lugares. El Alto Mando ha ordenado la alarma número tres".
Esta trasmisión se hizo con no menos de 12 horas de adelanto sobre cualquier declaración oficial.
Soldatensender, con su enorme trasmisor de 600 kilovatios en onda media, el más poderoso de Europa en su tiempo, alcanzaba un extenso radio con sus emisiones. A medida que progresaba la invasión, la interrupción de las comunicaciones entre las unidades germanas llegó a ser tan grave que muchos comandantes alemanes sintonizaban nuestra emisora para escuchar nuestros "informes de la situación". Debían, pues, hacer apresuradas correcciones en sus mapas de campaña por los constantes cambios en el orden de batalla. Y verdaderamente hicimos lo imposible para complacer a nuestros clientes. Durante las primeras semanas Donald McLachlan se pasaba casi todo el tiempo en el SHAEF consiguiendo para nosotros las últimas noticias que se pudieran trasmitir. Nuestras difusiones eran exactas; es decir, lo eran el 99 por ciento de las veces. La vez restante era aquella en que trasmitíamos información falsa a petición de los peritos en estratagemas, con el fin de despistar a nuestros confiados radioescuchas y enviarlos directamente a alguna trampa. Desde aquel momento las cosas sucedieron velozmente. Antes de que trascurrieran dos meses, Gutmann, que había estado estudiando las noticias que trasmitía la DNB, me telefoneó muy agitado: "El Ejército se ha levantado contra el partido", me anunció triunfante: "Han tratado de asesinar a Hitler".
Durante un momento creí que era una broma. Luego me pareció la realización de un sueño; El Tercer Reich de Hitler comenzaba a vivir en la realidad el papel que nosotros le habíamos hecho representar y que yo mismo había considerado siempre como una caricatura con fines de propaganda. He aquí que verdaderos generales alemanes se rebelaban contra el Führer de la misma manera que si los estuviera dirigiendo Der Chef o Gustav Siegfried. La noticia era tan increíble como alentadora.
La poderosa "Aspidistra"
Fue nada menos que Winston Churchill quien nos dio la oportunidad de intentar uno de los ardides más formidables de la "radio negra" en los últimos días de la guerra. Mientras los ejércitos ingleses y norteamericanos avanzaban por territorio de Alemania, la BBC, la Voz de América y otras "radios blancas" (como ahora se les llamaba) aconsejaban a los civiles alemanes: "Permanezcan donde están. No se muevan". Esto lo hacían obedeciendo las órdenes, cuidadosamente meditadas, del SHAEF. Pero cuando Churchill se enteró por mera casualidad de esa táctica, montó en cólera. "¿Me querrán decir qué tontería es esta?" rugió el anciano estadista. "¿Cómo ha de ser conveniente decir a los civiles alemanes que no se muevan? Por el contrario, debemos empujarlos a que se lancen a las carreteras para que dificulten las comunicaciones de sus ejércitos, igual que los civiles franceses estorbaron en 1940 las comunicaciones de los ejércitos franceses".
Por fin, los jefes del SHAEF aceptaron el plan. Pero, ¿cómo ponerlo en práctica? Ni la BBC ni la Voz de América podrían retractarse abiertamente de lo que habían venido diciendo. Ante tal problema, recurrieron a nosotros, los piratas de la "radio negra", los picaros encargados de los trabajos sucios.
Afortunadamente estábamos preparados para atenderlos. "Aspidistra" (nombre que habíamos dado al extraordinario trasmisor de onda media que utilizábamos para las emisiones del Soldatensender) había sido diseñado especialmente para nosotros por la Radio Corporation of America (RCA), para poder efectuar instantáneos cambios de frecuencia que un trasmisor ordinario tardaba horas en hacer. "Aspidistra" estaba al celoso cuidado de Harold Robin y su equipo de ingenieros en electrónica. De tal modo, nuestra "Aspidistra" podía saltar ágilmente por el mundo de las ondas y jugar al escondite con las emisoras alemanas, que cada día dedicaban mayores energías a ahogar a Soldatensender.
Decidimos que la mejor manera de cumplir nuestra misión era utilizar la habilidad de "Aspidistra" en cambiar de onda para "captar" algunas emisoras de la red de Goebbels. No sería muy difícil. Cuando los bombarderos de los aliados se acercaban, los trasmisores alemanes situados en las ciudades designadas como objetivos, invariablemente se retiraban del aire y dejaban libres sus frecuencias para no servir de guía a los atacantes. Si "Aspidistra" estaba al acecho de la frecuencia con que se estaba trasmitiendo en los lugares que iban a ser bombardeados, podíamos entrar en acción dos centésimas de segundo después de que enmudeciera la emisora alemana y continuar exactamente el mismo programa sin interrupción alguna (tomándolo para su retrasmisión de otra radio alemana que estuviera funcionando). Una vez establecida la continuidad, podríamos interrumpir el programa con una de esas proclamas especiales que las autoridades alemanas lanzaban constantemente: ¡Los radioescuchas alemanes nunca podrían sospechar que el malvado lobo inglés se había puesto el gorro de dormir de la abuelita Goebbels y había usurpado su cama!
Resolvimos comenzar con Radio Colonia. Nuestros censores de radio encargados de vigilar las emisoras alemanas, siempre pudieron pronosticar con absoluta exactitud el momento preciso en que la proximidad de los bombarderos aliados obligaría a enmudecer a las estaciones alemanas. Pero por la noche del estreno de "Aspidistra", cuando llegó la hora de la esperada suspensión de actividades de Radio Colonia (las 9:15), la emisora aún seguía trasmitiendo. A las 9:20 Radio Colonia estaba todavía en el aire. Parece que el horario ha sufrido algún trastorno comenté. En esto sonó el timbre del teléfono. Era Harold Robin, ¿Qué le parece la trasmisión que está usted captando desde Colonia? —me preguntó. Viva y clara. Pero ya era hora de que Colonia hubiera enmudecido, ¿no?, Eso es justamente lo que ha hecho. ¡Es a nosotros a quien está usted escuchando.
La sustitución de la emisora de Colonia se había efectuado tan perfectamente que hasta yo mismo caí en el engaño. Todo salió a maravilla. Nuestros locutores, que durante varios días habían estado perfeccionando su imitación de los verdaderos locutores de Colonia, cumplieron con su papel sin un solo error. Continuamos la emisión durante una hora más, repitiendo nuestro falso aviso a intervalos regulares. Luego "Aspidistra" enmudeció y Radio Colonia estuvo fuera de servicio todo el resto de la noche.
Después de esta primera intervención en Radio Colonia, efectuamos visitas similares a Francfort y a Leipzig en las noches siguientes. Tratábamos de que los habitantes de estas zonas abandonaran el hogar, atrayéndolos con noticias acerca de trenes especiales de socorro que distribuían comida, bebidas calientes y ropa, y los cuales, les informábamos, paraban en determinadas estaciones a cierta hora. También les comunicamos que existían siete zonas libres de bombardeos en el centro y el sur de Alemania, donde los refugiados estarían a salvo de cualquier otro ataque aéreo enemigo.
¿Obedecieron los alemanes los consejos de "Aspidistra"? ¿Ocurrió, como Churchill lo esperaba, que la población abandonara ciudades y pueblos y atestara las carreteras? Los documentos alemanes capturados más adelante nos informaron que así fue. Cuando yo mismo llegué a Alemania a finales de marzo, los refugiados invadían efectivamente los caminos; familias miserables y andrajosas caminaban fatigosamente a lo largo de las autopistas y por calles cubiertas de escombros. No me detuve a preguntarles si había sido una trasmisión de Radio Colonia o de Radio Francfort lo que los había inducido a emprender tal peregrinación, y no se lo pregunté porque temí que su respuesta fuera afirmativa, De lo que sí estoy seguro es de que por fin arrebatamos a las autoridades nazis el uso de la radio para dar órdenes a la población alemana.
Porque cuando los colaboradores de Hitler se dieron cuenta de lo que ocurría, protestaron rabiosamente: "El enemigo está difundiendo instrucciones falsas por nuestras frecuencias", clamaban los locutores nazis. "No se dejen engañar por ellas. El siguiente es un comunicado oficial de las autoridades del Reich . . ." Esto era justamente lo que queríamos.
Nuestro propio locutor declaró en la siguiente intervención de "Aspidistra": "El enemigo está difundiendo instrucciones falsas por nuestras frecuencias. No. se dejen engañar. El siguiente sí es un comunicado oficial . . ."
Nuestra victoria fue tan decisiva que Goebbels tuvo que abandonar la batalla. Ya no volvieron a trasmitir órdenes ni comunicados por radio.

La hora de la verdad
La mayoría de nuestras "radios negras", una vez terminada su misión, fue desapareciendo. Pero Soldatensender, que aún seguía funcionando activamente, comenzó a pedir que se pusiera fin a la guerra . . . para salvar a Alemania. Y con el carácter que nos arrogábamos de portavoces del "modesto soldado que lucha en el frente", nos volvimos contra el mismo Hitler, al cual nunca habíamos atacado directamente. Contábamos historias acerca de las drogas que su médico particular le había estado inyectando y de cómo estas drogas habían convertido al Führer en un ser casi paralítico, tembloroso y caduco. "El enemigo no puede desear nada mejor que vernos gobernados por un hombre, que, cegado por su vanidad e ignorancia, estorba a todos y en todas partes", declaraban nuestros locutores. "¡Un hombre así es un aliado para los aliados!"
Poco después, cuando Alemania comenzó a desintegrarse, ya no quedaba mucho que añadir. Comprendí que Soldatensender era ya un anacronismo. Parecía ser la única institución del Tercer. Reich que aún funcionaba coherentemente.
Hablé entonces con nuestro director general y le dije que había llegado la hora de dejar de trasmitir. Convino en ello, y así, a las 5:59 de la mañana del 14 de abril de 1945, Soldatensender West, como había sido llamada desde la toma de Calais, desapareció del aire para siempre.
Nunca anunciamos que suspenderíamos nuestras actividades. Simplemente, desaparecimos. Organizamos una fiesta de despedida en el MB, y la" alegría era general, satisfechos todos de haber cumplido con su misión. Pero también se notaba cierta tristeza. Mi equipo de alemanes estaba compuesto por hombres que habían roto violentamente con el régimen de Hitler, sacrificando su hogar y su trabajo por un futuro desconocido.
Todos ellos deseaban que la Alemania nazi sucumbiera lo más rápida y violentamente posible. Y, sin embargo, con frecuencia percibía yo la compasión, la tristeza secretas, a menudo subconscientes, con que aquellos hombres habían tenido que ver a sus compatriotas del otro lado del Canal, abatidos y destruidos por el empuje de los ejércitos aliados. No en vano nos habíamos introducido tan completamente hasta el fondo en la vida y el ambiente del Tercer Reich.
Así pues, celebramos aquella despedida con una mezcla de sentimientos. Pero aunque nunca habíamos dudado en mentir y hacer trampas en nuestro empeño de acelerar la caída de la Alemania nazi, sabíamos que durante las últimas semanas, cuando Soldatensender era portavoz de la trágica resignación y la amargura de una nación traicionada, habíamos dicho la verdad al emplear repetidamente la frase: "Wer wieiterkampft,  kampft gegen seine Kinder" ("El que aún siga luchando, estará luchando contra sus propios hijos").


Selecciones del Readers Digest Agosto de 1971

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